EL MILAGRO DE LA VIRGEN DE LA POPA…

La madrugada de aquel febrero estaba fría y además se presentaba acompañada de una brizna pertinaz y molesta. Aunque al decir de mi papa, ésta no mojaba azúcar, refiriéndose a que esta llovizna no alcanzaba a humeder las 4 capas de papel que protegían las bolsas de azúcar de 50 kilos.
Las brisas de diciembre traían aún con ellas, el gélido aliento de las nieves del norte y como venían con marcado retraso mostraban prisa por hacer su diario recorrido por los confines de este lugar, situado en el otro lado del mundo…
En Necoclí Antioquia, ubicado en el Golfo de Urabá, frente a las costas de Zapzurro-Chocó, esa madrugada en particular el mar estaba inquieto y bastante agitado en ese remanso de paz que era su puerto.
Eran las 5 pasadas de la madrugada de aquel 2 de febrero de 1.962. A bordo de la motonave “Santa Rosa” regresábamos de vacaciones Myriam y Elsa del Clan Porto Zúñiga de Necoclí, y yo; Maxi, el menor de los Porto Herrera de Cartagena.
Luis Miguel, el mayor de los Porto Herrera hacía sus inicios como sobrecargo, aprendiendo el oficio bajo la guía y asesorías de nuestro padre. Máximo Porto Jiménez.
El otro familiar a bordo era nadie menos que Alberto Porto Guerrero, Bocachiquero de nacimiento y el mayor de todos los Porto, hijos de Máximo. Alberto era un estudiante adelantado de la HEMPHILL SCHOOL, escuela internacional de gran aceptación que producía técnicos en diversos oficios, de instalaciones eléctricas domesticas e industriales, mecánica automotriz y diesel, mantenimiento industrial y doméstico y algunas que otras especialidades en las que Alberto ya se desempeñaba con gran solvencia. Actualmente era el primer maquinista de la “Santa Rosa” y jefe de mantenimiento de la empresa familiar.
Y por supuesto nuestro padre, armador y propietario de la embarcación, orgullo e ícono de la empresa familiar de Transportes Marítimos, Transportes Urabá, con sede principal en la plaza de la aduana de Cartagena al lado del Bar-Restaurante El Pacifico, hoy sede de algunas de las instalaciones del SENA; Servicio Nacional de aprendizaje, entidad del estado Colombiano diseñada para favorecer y capacitar estudiantes de pocos recursos.
Desde la popa, casi 40 metros, más allá, como un trueno, la recia voz del capitán Aquiles Vázquez, dio la orden de elevar el ancla, antes había ordenado encender y tener a punto el motor. Era la veteranía de toda una vida en la navegación de cabotaje…Decían de este señor, que era capaz de atracar una embarcación en el puerto de Remedia Pobres de su natal Bocachica, con los ojos vendados.
Era un veterano, de edad imprecisa, un hombre recio, nacido y curtido para el mar. Un hombre noble, bueno y servicial, de difícil sonrisa pero con un corazón enorme que trataba de ocultar con brusquedad y aparente mal genio. Nacido para el mar, llevaba en él toda una vida. Desde que la navegación de grandes distancias se cubría con velas expuestas al vaivén de los vientos. Los motores aún no eran comunes entre la navegación de cabotaje por estos contornos.
Cuatro bogas fornidos y musculosos se dispusieron a subir el ancla mayor que había mantenido segura la embarcación durante todo el tiempo que estuvo anclada al puerto que dejaba en estos momento.
El ruido ensordecedor de la cadena desplazándose por dentro del ojo de buey hacía rechinar los dientes, pero también nos dada el claro mensaje de que ya íbamos a zarpar con rumbo a Zapata, Arboletes, Bocachica y lógicamente a nuestro destino final, Cartagena de Indias.
El ruido del Motor Grey Marine 8V-71 que impulsaba a la “Santa Rosa” era característico, único. Su resonancia era como un lamento prolongado en el espacio y el tiempo, permitía que los lugareños de los diferentes puertos pudieran con varias horas de antelación predecir la llegada de la nave a muchas millas de distancia.
Era común oír decir en casi todos los pueblos con vista al mar.“Viene “Santa Rosa”, Viene La “Santa Rosa” “ese es el pujío de ella”…
Refiriéndose por supuesto al sonido del motor desde la distancia. Todos esos puertos marítimos incluyendo Uberos, Mulatos, Damaquiel que no estaban tan a la orilla del mar, y El Totumo además, se mantenían y sostenían gracias a los víveres y enseres de trabajo para las fincas y los hogares, medicamentos y elementos de ganadería y labranzas que nuestro padre traía en su canoa, por encargo de los pequeños y grandes negociantes de la región.
Dada la ausencia de buenas carreteras desde Medellín hasta estos pueblos de Antioquia a orillas del mar, Arboletes, San Juan de Urabá, Zapata, Necoclí y Turbo Inclusive. Don Máximo, siempre visionario y dispuesto para los negocios, suscribió con la oficinas de las Rentas Departamentales de Antioquia un convenio mediante el cual ellos traían la carga a Cartagena, al muelle de los pegazos y mi padre se encargaba de distribuirla con su empresa, entre los clientes de los diferentes negocios en cada puerto.
La llegada de La Santa Rosa, donde llegara, siempre era todo un acontecimiento, el pueblo explotaba de alegría y daba rienda suelta a sus expresiones de júbilo sobre todo en el verano que era cuando algunos propietarios de embarcaciones aprovechaban para darle mantenimiento a sus naves huyendo de las brisas y las grandes marejadas de la época.
Esto, prolongaba la demora en las cargas haciéndolas las más largas y desesperantes, hasta el punto de que en varios hogares se sentía la carencia de provisiones y de algunos de los artículos de primera necesidad.
Se agotaba el gas para las lámparas, la gasolina para los motores y plantas eléctricas, los jabones y artículos de tocador….y sobre todo el licor, las cervezas y los cigarros, las gaseosas y gran cantidad de artículos indispensables en el diario trajín.
Las especulaciones se hacían sentir toda vez que los que lograban conservar alguna mercancía subían los precios de una manera desorbitada e injusta creando caos y generando gran inconformidad entre los parroquianos indefensos, sedientos y necesitados.
Por eso “Santa Rosa” prendía la fiesta a su llegada. Sus grandes remesas de Aguardiente Antioqueño, Ron Medellín, Cerveza Pilsen Cervunion junto con cigarrillos Hidalgo, Pielroja, Orosol, Imperial, y tabaco El Cacique eran los ingredientes precisos para iniciarla.
Las cuadrillas de coteros, bogas especializados en retirar y entregar en chalupas la carga de la embarcación, llegaban con gran alegría producto de la parranda iniciada con el avistamiento de la canoa.
Ingiriendo grandes cantidades de ñeque (licor artesanal elaborado en alambiques caseros) patrocinados por los dueños de la mercancía, desafiaban la mareta con gritos de entusiasmo mientras arrumaban en la playa las cajas de cervezas, licores, cigarrillos gaseosas y víveres.
Las mujeres que se rebuscaban con la comida, salían a buscar leña para montar los fogones, por experiencia sabían que en pocas horas esta demanda iba a ser bastante generosa…y que había que aprovechar esta coyuntura.

LLEGO SANTA ROSA CARAJO! LLEGO LA VIDA AL PUEBLO.
Gritaban algunos con más de un trago de ñeque entre pecho y espalda.
La fiesta estaba prendida, las radiolas sonaban a todo volumen los distintos aires musicales de la época. Entre los que destacaban Alicia adorada de Alejo Duran, la prima de Juancho Polo Valencia y la infaltable Caja Negra de Enrique Diaz.
La “Santa Rosa” era una embarcación de 105 toneladas métricas de capacidad de carga declarada, con 48.9 y 7.3 metros de eslora y manga respectivamente. Había sido construida en el astillero artesanal del corregimiento de Bocachica por los mejores carpinteros navales de la época, GUILLERMO SILVA, toda una institución en el diseño y construcción de embarcaciones de madera Y su inseparable amigo de toda una vida, MANUEL DEL CRISTO CASANOVA; también Bocachiquero con toda una vida de experiencia en carpintería naval y doméstica. La “Santa Rosa” fue hecha en su totalidad con listones de Ceiba Roja traída especialmente desde los bajos de las montañas antioqueñas colindantes con el río Atrato.
Hecha sobre pedido, sus planos fueron modificados y supervisados sobre la marcha por el mismo propietario que también se las traía en el oficio de pescador y marinero de toda una vida. Era toda una obra de arte al decir de los entendidos.
Su constructor, Guillermito Silva como era más conocido en el ámbito quedó tan enamorado de ella que guardó los planos y quiso hacer una similar para él.
De hecho la hizo y la llamó “Doña Antonia”… pero “Santa Rosa” era “Santa Rosa” y nadie ni siquiera el mismo volvería a hacer algo tan grácil, tan ligera, tan bien diseñada, tan hermosa y tan bien hecha.
A la “Santa Rosa” no la supera nada ni nadie, se le oía decir pleno de orgullo golpeándose el pecho con marcada suficiencia…
Hacía casi hora y media habíamos zarpado de Necoclí y estábamos remontando el archi famoso Cerro del águila. El mar estaba agitado, presentaba un oleaje bastante fuerte en las inmediaciones del Cerro, región de cuidado y cuyo nombre siempre se pronunció con mucho respeto entre los más avezados marineros de la zona, en todas las épocas…
La “Santa Rosa” lucía esplendorosa y avanzaba intrépida abriendo surcos en las aguas revueltas y dejando a su paso una larga estela de espuma blanca que semejaba tejidos de encajes elaborados para disimular el paso de la reina.
Su proa elegante y majestuosa rompía olas de gran tamaño y se sumergía con audacia dentro de la gran marejada para emerger triunfante, airosa y desafiante, dispuesta a enfrentar un nuevo embate del mar embravecido en el denominado Golfo de Urabá….
El brazo recio y musculoso de Aquiles Vázquez firme como el acero mantenía el rumbo trazado de antemano con miras a remontar la Punta Caribaná, la mañana transcurría normal dentro de lo pertinente, en el escotillón del centro una señora mayor cubría su cabeza con una pañoleta de las que salían dos enorme trenzas en las que ya hacía mucho rato habían anidado los inviernos. Sus trenzas se unían por detrás de la cabeza amarradas con lo que parecía un cordón de cortina que en su mejor momento, debió tener el color de los corales al sol.
Abrazaba firmemente una chiquilla de 5 o 6 años mientras las arcadas de un vomito continuo y angustiante la estremecían violentamente. Parecía inmersa en una epilepsia morbosa y permanente.
Al parecer las pastillas de mareol que le habían hecho ingerir para el viaje no habían sido suficientes.
Las horas pasaban lentamente, a diferencia de la “SANTA ROSA” que avanzaba impertérrita y veloz chorreando agua a raudales por los costados. Solo el rugido del mar reinaba en ese ambiente acuoso donde el salpicar de las olas mantenían un rocío salobre, incómodo y tenaz.
Un grito del capitán, ahogado por el fuerte sonido de la brisa al pasar entre las amarras de las guayas del toldo sobre el camarote principal, ordenó izar el velamen de popa, también llamado la mayor en un intento supremo de minimizar los bruscos movimientos de la embarcación.
Los bandazos, cada vez eran más inclinados y atemorizantes.
El mar no daba tregua…la próxima orden fue revisar las amarras de los tambores de ACPM que venían atados a las barandillas de los costados. Se había comprobado de estas cuerdas de nylon mojadas se aflojaban con facilidad ante la presión.
Estaban en eso cuando la voz angustiosa del capitán gritó a todo pulmón:

FUEGO! FUEGO! FUEGO EN EL CUARTO DE MAQUINA….
Alberto se voló literalmente de donde se encontraba dormitando sobre unos sacos de maíz…acomodados por encima del camarote del medio.
De un salto llegó a la entrada del cuarto de máquinas.
Intentó entrar y lo recibió una conflagración de enormes proporciones; el llamado cuarto de máquina estaba siendo consumido por un voraz y atronador incendio.
Rápidamente captó la situación, el extintor de químico seco de 40 libras al parecer se había caído sobre la manguera que alimentaba la gasolina al motor y de esta salía un chorro de una pulgada que caía libremente sobre las llamas alimentándolas. Había que cerrar la válvula de corte cuanto antes.
Su intuición determinó que era imposible entrar por ahí Esto lo hizo volver con las manos en la cabeza; el humo y el desaliento sacaron de sus ojos espesas lágrimas que como manantiales brotaron dejando surco de en sus melillas morenas y ahora tiznadas.
Mil pensamientos lo asaltaron…pensó en su padre, en la llave de cierre rápido tenía que haber sido cambiada, hace mucho rato y que no se había hecho.
Pensó en sus hermanos a bordo, la cantidad de gente que venía de pasajeros, que se iba a quedar sin trabajo ahora que su esposa estaba preñada de su primer hijo.
Que hago? …que hago?…su mente era un caos total y no atinaba a concretar nada, se decidió por tirar sacos de maíz al agua para tratar de improvisar un acceso al cuarto de máquinas de otro sitio.
El pánico se había apoderado de los pasajeros y todos gritaban invocando a todos los santos del cielo…El vozarrón de mi padre se dejó oír y dijo.

CÁLMENSE… DEJEN DE GRITAR… VAMOS A EVACUAR EN ORDEN, PRIMERO LAS MUJERES, LOS NIÑOS Y LOS DEMÁS EDAD.
Aquiles Vázquez, El capitán se mantenía imperturbable en la caña del timón tratando de mantener la embarcación de frente a las olas para evitar que se ladeara y se convirtiera en presa fácil del fuerte oleaje. Desde alla gritaba órdenes de evacuación y liberación de carga. Afortunadamente hasta ahí no llegaba el calor del fuego que de momento estaba confinado en el cuarto de máquinas.
El pequeño bote de salvamento lo habían tirado al agua y esperaba.
A Myriam y a Elsa, tuvieron que separarlas de nuestro padre literalmente a la fuerza, las dos se negaban a abandonarlo a en este trance de peligro inminente.
De hecho abandonar la precaria seguridad que todavía ofrecía la canoa para meterse en una chalupa en el medio del mar no era ni remotamente una opción atractiva.
Finalmente lograron convencerlas y junto con la señora de la niña de los vómitos y sus trenzas invernales, fueron acomodadas en el plan del bote para darle más estabilidad, y esperaban junto con Máximo Jaraba, el segundo maquinista y Santander Teherán, marinero, más otro señor de sombrero vuelteao que lucía ostentoso una camisa roja y que además se sentía muy orgulloso de estar estrenando una pata de palo recién hecha de guayacán colorado.
Con Santander bogando con todas sus fuerzas, se fueron alejando rápidamente de la embarcación en llamas.
La chica de vómitos se había curado milagrosamente.
Sus ojos enormes como almendras miraban inquietos a todas partes mientras se aferraba a su abuela y sin sacar de su boca el pulgar de su mano izquierda que chupaba con verdadera pasión.
El chiqui Teherán cocinero a bordo, experto gourmet en arroz con coco, salpicón de Tollo y sancocho de sábalo con zumo de coco, entretanto intentaba dominar un tambor de acpm que iba y venía peligrosamente de baranda a baranda en cada bandazo de la embarcación…
Saltando por encima del escotillón del medio…otro de los tambores salió por la borda cayendo al mar mientras un tercero finalmente fue dominado y amarrado a la baranda de babor a la altura del camarote principal.
Enseguida, junto con Delimiro Navarro levantaron el escotillón del medio para tirarlo al mar y usarlo también como balsa de salvamento en caso necesario…ya el escotillón de proa estaba siendo usado por otro pasajero, un paisa de bigotes oxidados y manchados por la nicotina de todos los cigarrillos consumidos y que no paraba de toser.
Era un hombre de Carriel, ruana y barriga prominente, flotaba precariamente en el medio del mar agitado con su sombrero alón que ahora había asegurado mediante el barboquejo ajustado por debajo de la barba. Tenía unas orejas enormes y abiertas e inexplicablemente había logrado encender un cigarrillo del que succionaba con verdadero deleite el humo espeso mientras le hacía salir un visible y brillante tizón. Seguía tosiendo.
Don Máximo estaba tratando de mantener el control y daba órdenes a diestra y siniestra dirigiendo personalmente la operación de salvamento.
Había que salvar a los pasajeros primero que todo, en el orden establecido: Primero los niños, luego las mujeres y personas de más edad…. por sobre todas las cosas…Como capitán que había sido, tenía claro el sagrado deber que imponían las leyes internacionales de navegación.
Luis Miguel atendía sus órdenes y coordinaba con Ever Medrano, otro de los veteranos marineros el bajar a los pasajeros hasta las improvisadas balsas en que se habían convertido los escotillones, como se llamaban técnicamente las tapas de las bodegas, en este tipo de embarcaciones.

Y MAXI???
Gritó mi papa en un grito repentino y desgarrador.

LUISITO, DONDE ESTÁ MAXI?

Aquí papá….
Contestó Luis Miguel pronto y solícito,

Aquí lo tengo para embarcarlo en el escotillón de la bodeguita.
Dicho esto, se dirigió a mí diciendo…

”Bueno maxi sálvate tú… que yo sigo aquí con mi papá hasta que Dios lo permita”….… “en esta cosa si te agarras bien llegas a la playa… no te dejes arrastrar de las olas en la orilla porque se te puede voltear, arrastrar y golpear”.
Me sonó a despedida, y a hasta aquí llegamos… había tal vehemencia en su voz, que entendí que probablemente no volveríamos a vernos y me asusté….fue en ese preciso momento cuando realmente comprendí la magnitud de lo que estaba pasando y estaba a punto de pasar.
Mi imaginación desbordada y alimentada por la visión de las llamas; la sofocación y el humo espeso que como cortina impedía ver lo que ocurría en la popa, imaginó la candela consumiendo totalmente la canoa junto con mi papá, mis hermanos Luis y Alberto y el señor Aquiles que aunque regañón y gruñón tenía todos mis afectos de muchacho travieso.
Me solté de su mano de un tirón y corrí para el camarote de proa, cerca de donde mi padre, quien miraba la escena con desencanto y desolación… una calma repentina lo había invadido en su ser. Me abrasé a él y le dije llorando….

Papá, papá Luis me quiere tirar al mar
Me miró sin verme; su mirada parecía perdida en el horizonte, posó sus manos en mi cabeza y dijo con marcado dolor…

“Esto se acabó niño…(todos éramos sus niños) Maxi sólo un milagro podrá salvarnos”…
Lo vi alzar los ojos al cielo, tan humano y totalmente vulnerable que entendí que no era ese héroe que todo arreglaba a su paso y que yo le había atribuido poderes especiales.
Estaba tan desvalido, tan frágil y agotado…que sentí dolor de su dolor; de todo aquello que yo sentía que él estaba sintiendo y que no dimensionaba en la justa medida.
Vi en sus ojos que estaba llorando mientras suplicaba por piedad a la Virgen de la Popa: sus manos sobre su cabeza mostraban el desespero y la impotencia que estaba sintiendo y tratando de disimular con entereza y carácter.
Luis insistía en que me “salvara” abandonando la canoa en la improvisada balsa y yo me resistía sin entender su afán de evitarme el fin que me esperaba ya perdida la fe…ahogado o quemado, esa era la alternativa.
Del cuarto de máquina una enorme llamarada se alzó furiosa incendiando de un tiro la mitad del velamen mayor; la vela prendida oscilaba peligrosa y descontrolada, amenazaba con traer la candela adentro de la embarcación e incendiar el centro de la misma que aún tenía bastante material combustible.
El humo espeso hacia lo suyo, inundaba los pulmones de hollín mientras dibujaba dantescas siluetas que se deshacían como en mágico sortilegio en el azul borroso y difuminado del horizonte…
Los marinos tiraban al mar tambores llenos de acpm y gasolina, sacos del arroz en concha y maíz para trillar, que venían en la cubierta, eran las primeras cosechas del año.
La idea era aligerar el peso de la embarcación para levantar la línea de flotación…el caos se había instalado a bordo y mi padre contemplaba silencioso y desolado el desastre ante sus ojos…
A lo lejos, flotando en el mar en fila, se veía la carga arrojada flotando todavía, en perfecta alineación siguiendo el rumbo que le marcaba la corriente.
La suerte estaba echada…Luis se cansó de corretearme para “salvarme” y los dos nos abrazamos a nuestro padre esperando el final o un milagro inesperado que nos salvara de una muerte inminente…
El panorama era el siguiente: En proa cerca del camarote mi padre, Luis y yo abrazados mirábamos embelesados el desfile en procesión de la carga alineada arrojada al mar….
El pequeño bote salvavidas donde iban las hermanas y las otras personas aparecían y desaparecían con la subida o bajada de la marea. Las tapas de las bodegas o escotillones también con personas a bordo se veían más allá, flotando también en muy precarias condiciones.
Acá en la canoa los pocos hombres que quedaban intentaban con agua sacada del mar con baldes sofocar las llamas de la vela mayor y los otros llegar hasta el cuarto de máquina. Ahora eran dos incendios.
De pronto mi padre con un angustioso semblante preguntó, – y Aquiles? Aquileeeesss …
Aquiles El capitán, firme e imperturbable aún estaba con la caña del timón direccionando el rumbo de la embarcación para evitar que se ladeara y en el peor de los casos quedara contra el viento y este impulsara las llamas de la popa a la proa y terminara incendiando la embarcación por completo.…

MAXIMO!
Dijo en un grito que reflejaba toda la angustia reprimida,

“NECESITAMOS UN MILAGRO ESTO ESTA JODIDO”…
La respuesta fue inmediata. Así son las respuestas del Dios Padre.
Los gritos de la tripulación de un remolque que milagrosamente apareció en medio del humo, nos alertaron…
El rugido de un enorme motor Caterpillar rompió el silencio que invadía la dantesca escena de resignación controlada.
Una oscura columna de humo negro salía de las chimeneas en cada aceleración de las bombas de agua.

“SANTA ROSA, SANTA ROSA…TRIPULACION”…….
Gritaban amplificados por un potente parlante adosado al mamparo del castillo de proa.

VAMOS A AYUDARLOS…VAMOS A RESCATARLOS…SOMOS EL ATLAS….
Decían mientras dos potentes chorros de agua salada llegaban hasta la zona incendiada e inundaban de esperanzas nuestras casi extinguidas expectativas de vida.
Lo que quedaba de la vela mayor fue apagado en el acto. Una enorme columna de vapor salía del cuarto de máquinas y se elevaba al cielo, como escoltando las miles oraciones que en silenciosa súplica salieron de cada uno de nosotros en ese momento de máxima angustia y gran desesperación.
Los marineros de ambas motonaves amarraron los cabos con toda la destreza de los muchos años de experiencias mientras se abrazaban unos a otros. Sus voces se confundían con llanto y expresiones de aliento y consuelo, para más de uno, esta era su primera experiencia de incendio en altamar, otros de una u otra forma ya habían vivido un naufragio o una amarga experiencia de navegación.
Aquiles corrió a nosotros, Mi padre me abrazó fuertemente, y el recio capitán se abrazó a nosotros en un abrazo intenso, salvaje, feroz y expresivo, totalmente despojados los dos de esa coraza de hombres recios e inconmovibles.
Fue el abrazo de dos colosos, dos Titanes, dos capitanes, dos veteranos hombres de mar que habían vivido y salido triunfante una batalla más contra el mar, la naturaleza y el infortunio.
Se miraron con fiereza…y volvieron a abrazarse cómo se abrazan los hombres que han vivido y compartido una experiencia peligrosa e inolvidable.
Que entendían que las vidas de mucha gente dependían de su veteranía y de su capacidad de lidiar con las circunstancias adversas sin perder la fe en Dios, a quien siempre temieron y respetaron a su manera.
Los dos se soltaron y sin ningún disimulo limpiaron de sus ojos sendas lágrimas de alegría, de miedo, de agradecimiento, de toda esa angustia reprimida que no podían dejar ver mientras se mantuvieron ocupados velando por salvar el personal por sobre todas las cosas.
Mi padre limpió sus lágrimas con el dorso de la mano derecha, miró al cielo y dijo con voz entrecortada…

“GRACIAS, GRACIAS CANDE, GRACIAS VIRGENCITA….TE DIJE QUE IBA A LA POPA Y VOY” …
Luis corrió a mí, me abrazó y sentí en mi cabeza el calor acuoso de sus lágrimas… también lo abracé…ya había olvidado que intentó salvarme metiéndome en un escotillón y tirándome al agua….
El milagro se hizo evidente una vez se disipó la densidad del humo.
Era un remolcador llamado ATLAS con matrícula de Turbo, que venía de Cartagena, de unos 12 metros de eslora aproximadamente; su tripulación alertó al capitán cuando divisaron el humo a más de 2 millas de distancia y luego encontraron tambores marcados M/V SANTA ROSA flotando a la deriva diseminados a lo largo del trayecto.
El capitán a quien llamaban “El bolas” había sido empleado y alumno de don Máximo, gracias a su recomendación se desempeñaba como capitán del remolcador Atlas de la Compañía de Remolques de Urabá S.A. de los hermanos Alzate&Palacio radicados en Turbo Antioquia.
La noche anterior había zarpado de Cartagena remolcando un planchón con varias toneladas de materiales de construcción y que habían dejado a la deriva para desplazarse rápidamente a prestar auxilio una embarcación en altamar en graves problemas.
Al percatarse del naufragio inminente y conocer de que embarcación se trataba su asombro e interés quedó enmarcado en una expresión sincera y espontánea:

“MIEGDA MUCHACHOS…NOJODA….

ES LA SANTA ROSA…SUELTEN ESAS AMARRAS…

PILAS… PILAS… NOS VAMOS CON TODA

JUEPUTA NOJODA, EL VIEJO MÁXIMO ES UNA CALIDAD, ESE SEÑOR ES COMO MI PAPÁ NOJODAAA

NOS VAMOS, NOS VAMOS CON TODA”…
La campana repicó a arrebato solicitando toda la potencia de las máquinas y llegaron justo cuando todos contemplamos con desaliento la inminente destrucción de la “Santa Rosa”…
Llegaron en el momento preciso.
Con poderosas bombas dirigieron los chorros de agua salada a los puntos claves apagando prontamente la conflagración.
Una rápida inspección determinó que los daños no habían logrado perforar el maderamen y que la embarcación aún era navegable ya que no presentaba entrada de agua al interior.
¡Se había salvado!.. Lógicamente había que remolcarla. Los daños del motor tendrían que determinarse más adelante. Aun había “Santa Rosa” para mucho rato.
El encuentro del Bolas con mi papá, fue apoteósico, El Bolas – muchos años después supe que su nombre era José Carlos Godoy, y que era hijo de Juancho Godoy Jiménez, pariente cercano de nuestro padre-
Este era un personaje fogoso y espontaneo, y su alegría manifiesta era arrolladora y contagiosa. Era de estas personas que aparecen e iluminan el entorno con el brillo de su sonrisa, abierta en carcajadas sonoras y alegres; sus marcados 187 centímetros de estatura y lo robusto de su cuerpo entrenado en oficios de navegación hacían bastante notoria su presencia.
Era un verdadero coloso de ébano. Un volcán de alegría y entusiasmo contagiante.
Divisó a mi padre cerca del camarote principal, de un salto cayó en la cubierta de la “Santa Rosa” y su grito de entusiasmo nos volvió a la vida.

HEY TÍO MÁXIMO, MI VIEJOOOO…YAAA…YA PASÓ TODO…TODO ESTÁ APAGADO…SE SALVÓ TU CANOA….DEME UN ABRAZO…
y corrió hacia él envolviéndolo en un abrazo de gran respeto y admiración, en una extraña mezcolanza de fuerza y ternura, de cariño y respeto.
Pasada la euforia del primer encuentro, después de inclinarse con respeto ante el Señor Aquiles y saludarnos a gritos, con mi padre abrazado todavía, ordenó a su tripulación de un tirón:

HEY ROBERTO ENCIENDE EL WINCHE, SUELTA LAS AMARRAS, NOS VAMOS A RESCATAR LA GENTE Y A VER QUE NOS TRAEMOS DE LO QUE ESTÁ A LA DERIVA…PILAS!…EL MARCIANO Y JUAN EL LARGO SE QUEDAN EN SANTA ROSA AYUDANDO A ESTA GENTE….DALE DALE!!!
A Dios gracias el rescate de pasajeros fue todo un éxito, todos fueron recogidos, la tripulación, Myriam y Elsa, el botecito salvavidas, y hasta el paisa del carriel y sombrero que inexplicablemente todavía seguía fumando y tosiendo.
José Carlos, sabía su oficio y la cercanía a mi padre lo indujo a ir mucho más allá de lo que le correspondía.
Fue así como rescataron varios escotillones y algunos de los tambores arrojados al mar.
Entretanto, supimos después, que a una distancia considerable aun, en la motonave “GRACIAS A DIOS” que había sido propiedad de Don Máximo y luego la había negociado con su hermano Sabel Porto Palacio, venían recogiendo tambores marcados y que estaban todos muy preocupados por lo que pudiera haberle pasado a la “Santa Rosa” y su tripulación.
Cuando regresó el Atlas con la gente y los enseres rescatados, volvieron a amarrar la canoa a estribor y a toda máquina nos dirigimos a Necoclí, nuestro puerto de salida.
Era un poco más del mediodía, del día que en Cartagena se bajaba en procesión la Virgen de la Popa hasta la Ermita de la Candelaria, para luego de varios días subirla de nuevo hasta su santuario.
Los costales de arroz y de maíz que habían sido tocados por el fuego fueron arrojados al mar para evitar que más adelante pudieran en una auto ignición por el calor retenido y volver a incendiarse.
La operación de salvamento se encargó de recoger los pasajeros que diseminados en el mar pedían auxilio a gritos en una explosión tardía de miedo descontrolado.
Mientras nos remolcaban a Necoclí, Alberto nuestro hermano maquinista, en el cuarto de máquinas esculcaba tratando de organizar el desorden reinante…
Las mangueras se habían consumido en su totalidad, el tablero de control de fluidos parecía inservible, el camastro tendido sobre la maquina había desaparecido pero el motor lucia bien, parecía no tener un gran daño….
Alberto seguía buscando y buscando sin saber que, cuando de pronto encontró lo que su capacidad de comprensión llamó un verdadero milagro:
Era una estampa de la virgen de la Popa en papel, (Casi todas las embarcaciones tenían una dentro del camarote de máquinas) presentaba huellas de haber estado expuesta al fuego, se veía bastante chamuscada y ahumada, pero intacta, y lo más desconcertante era que donde estuvo pegada, una especie de plato de hierro fundido apareció derretido en más de un 60% por todo el calor del fuego recibido.
Era una especie de plato en hierro fundido adornado en los bordes con algunas filigranas del mismo material que lógicamente no estaban…La pregunta lógica era: ¿cómo se funde el hierro y no se quema el papel?…
LA LLEGADA A NECOCLÍ.
Siempre desde que tuve conciencia oí hablar del correo de las brujas, nunca lo entendí…
Pero inexplicablemente en el puerto de Necoclí ya la noticia del percance había llegado nadie sabe por dónde, había saltado todos los cercados y de ambulaba libremente por las calles del pueblo.
El pueblo que adoraba y sentía como suya esta embarcación que tantas alegrías había traído consigo. Las grandes obras se habían construido con cemento y materiales de construcción que por encargo había traído la Santa Rosa en su vientre. Necoclí lloraba compungido, a moco tendido el fatal acontecimiento.
Se decía que habían varios muertos por quemaduras, se hablaba pasajeros que se tiraron al mar ante el temor de morir quemados, que la Santa Rosa se había hundido y que Máximo y 5 de sus hijos que iban a bordo estaban desaparecidos en el mar.
Alguien dijo además que Aquiles el capitán, que para ese entonces vivía en el pueblo, en la calle del Cementerio, se había tirado al mar, con las ropas incendiadas y que no había aparecido.
La desinformación existente confundía a la gente del pueblo que poco a poco se iban aglomerando en el puerto en busca de esperanzas o noticias más amables.
Las chicas del bar de Oswaldo Valderrama se habían volcado al puerto a llorar desconsoladamente a varios de los marineros de la “Santa Rosa”, con los que, apenas la noche anterior habían estado de compartiendo y ingiriendo licor, mientras disfrutaban el sentimiento de las notas de guitarra de la orquesta que acompañaba a Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo, ídolos del momento que sonaban amplificados en el traga niques del local
Otras chicas del pueblo, amigas y contemporáneas de Myriam y Elsa también estaban presentes.
Pachita Zúñiga, la madre de las dos miraba con fervor hacia La Cruz de Mayo y suplicaba en silencio que nada de lo que se rumoraba fuera cierto; la acompañaba su padre, el viejo Goyo y Ma nena, su madre, que se mantenía a su derecha discreta y menudita.
En casa habían quedado dormidos ajenos al dolor de tan mala noticia, Orlando, Ibis, Ladis y Jairo.
La tía Margot y la tía Luisa se venían acercando pidiendo a los cielos que no fueran ciertos los rumores que deambulaban por el pueblo.
Domingo Flórez, amigo y compadre de nuestro padre, padrino de Myriam además, se negaba a aceptar las noticias y se aferraba a decir que no podía ser cierto. Su inseparable media de Aguardiente Antioqueño se constituyó en su compañía y refugio en estas horas de intenso dolor ante la pérdida de su gran amigo, confidente y consejero.
Las escuelas soltaron a los estudiantes y alguien propuso ir a hablar con el Padre Casimiro para ofrecer una misa por los difuntos…
El comercio no había abierto sus puertas. Los grandes almacenes del momento no quisieron atender al público esa mañana, todos estaban en el puerto esperando noticias. De la tienda de los Yabur, Don Tito y Don Marcos, estaban en el puerto.
Del almacén de don Antonio Cruz y Doña Nohora Riaño, los dos llegaron al puerto sedientos de saber algo más de los rumores con que había amanecidos el pueblo, sentían gran aprecio por don Máximo y su familia.
El almacén de los Espitia, donde quedaba la agencia de Aerotaxi, el chuzo del señor Patiño, la tienda de Elisa Barrios donde vendían las más exquisitas galletas de limón, el almacén del Señor Coronagro ( culonegro decía el pueblo a sus espaldas) Andrés Zúñiga del granero San Andrés y pequeños comerciantes, como Elida Vergara, la más sabrosa arepa e’ huevo del pueblo y sus alrededores, como ella misma decía; Don Aníbal González, el farmaceuta del pueblo con Luisa, una de sus hijas también habían llegado al puerto, anidando en sus corazones la esperanza de que no fuera cierto eso que se decía de la “Santa Rosa”.
Todos, todos, estaban en el puerto tratando de encontrar noticias más amables, más alentadoras.
Finalmente alguien localizó al Padre Casimiro Krocche, quien al enterarse de la causa e intención de la misa y conociendo además a Don Máximo al ser beneficiario directo de sus generosos aportes para la construcción de la Iglesia de Necoclí, accedió gustoso a oficiar una misa campal en el puerto.
Los ojos del pueblo oteaban y escudriñaban el lejano azul del horizonte.
El sol había salido y su reflejo en las aguas del mar daba un tinte poético al entorno de no ser por la tragedia que se vivía en esos momentos.
Allá a lo lejos, en la bóveda celeste, una bandada de pájaros emigrantes en perfecta formación volaban plácidamente hacia el norte, ajenos a cuanto ocurría. Las gaviotas; hermosas y consentidas aves, vestidas de blanco inmaculado, volaban a ras del agua buscando en el cardumen la presa fácil para zambullirse y bajar por ella.
En las aguas del puerto de Necoclí había regresado la calma y el mar se mostraba tan tranquilo que parecía imposible asociarlo con el mar agitado de las horas de esa madrugada.
Un cardumen de sierra a escasos metros de la orilla salió a flote ofreciendo un hermoso espectáculo de brillantez y colores, toda vez que el sol se reflejaba en sus escamas de colores infinitos e indescifrables.
La lectura del Santo evangelio del día, fue interrumpida abruptamente por un grito salido de más de 500 gargantas ansiosas

ESA ES LA SANTA ROSA!.

SI SEÑOR… VIENE SANTA ROSA!,

VIENE SANTA ROSA! CARAJO ESA ES!…ESA ES!

PUEBLO, PUEBLO AHÍ VIENE TU SANTA ROSA.
Los largos palos extras de los mástiles de la “Santa Rosa”, la hacían inconfundible.
Alguien corrió al templo en construcción y se pegó literalmente al campanario…Las campanas sonaron a arrebato indefinidamente alertando al pueblo y convocando a los pocos que faltaban al puerto.
Era un maremágnum, la gente corría hacía puerto enloquecida, habían llegado al pueblo gentes del Bobal, del Carlos, de rio Negro, de Caribia y el Totumo, mientras el Atlas con “Santa Rosa” amarrada a estribor se acercaba rápidamente dejando tras sí una larga y prolongada estela de negro humo que salía por sus chimeneas distinguidas con el logotipo de la Empresa.
Hubo lágrimas, tantas que formaron un diminuto rio imperceptible que llegaba hasta el mar y se confundía con las espumas que se quedaba atrapada entre las algas, que el verano dejaba en la playa.
El ruido de la cadena pasando por el ojo de buey, puso fin a la espera, habían anclado la canoa y arriado cadena suficiente para ubicarla lo más cerca de la playa.
La gente se tiró al mar enloquecida de alegría, con lo que tenía puesto, nada importaba como no fuera echarle un vistazo a los náufragos. Querían comprobar de primera mano y con sus propios ojos que los náufragos estaban vivos y que todo había sido un mal sueño.
Una veintena de chalupas de todos los tamaños rodearon la embarcación disputándose el honor de recoger primero a don Máximo y su muy querida familia…
Fue solemne! Apoteósico. El pueblo se abrió en abanico para que Myriam y Elsa, la señora de las trenzas con su niña al hombro, el paisa de bigotes oxidados y otros que bajaron en el primer viaje, llegaran hasta la playa, se arrodillaran sobre la arena, besando el suelo y luego con los brazos en alto y los rostros macilentos bañados en lágrimas, dieran las gracias a Dios por devolverlos sanos y salvo a su pueblo.

BENDITO SEA DIOS…ALELUYA ALELUYA!
Fueron expresiones de contento que se lograron escuchar en medio del barullo, de los gritos, del llanto y de todas esas manifestaciones de felicidad y de agradecimiento.
Después la locura colectiva, los abrazos se confundían sin cesar. La alegría generalizada era arrolladora, desbordante. Todo un derroche de expresiones de glorias y alabanzas, de aguardiente y tragos y preguntas obvias y otras no tanto.
La primera autoridad, Cosme Gutiérrez se mostró de acuerdo a que se declara algo parecido a lo que hoy en nuestros días se conoce como día cívico.
Era un honesto y sincero reconocimiento de toda una región a un hijo adoptivo, un hombre bueno, honrado, trabajador y generoso y a sus hijos nacidos y no nacidos en el puerto de Necoclí, hoy municipio insignia de Antioquia y pujante emporio turístico en gran desarrollo.
Poco rato después arribó y ancló al puerto de Necoclí, la motonave “GRACIAS A DIOS” donde venía el tío Sabel angustioso y ansioso de saber de su hermano del alma.
El encuentro de los dos hermanos fue emotivo y silencioso, solo abrazos y lágrimas. El tío Sabel grandote y robusto abrazado a su hermano lloraba emocionado e inconsolable. Toda esa emoción reprimida desde que se percató del percance de la “Santa Rosa” la estaba dejando salir en ese manantial incontenible de lágrimas; como si pretendiera lavar con ellas sus sentimientos ante la supuesta pérdida de su hermano.
El tío Sabel siempre había sentido gran admiración y respeto por Máximo, su hermano mayor con el que había negociado su embarcación y que lo había encaminado por el negocio del transporte marítimo.
La fiesta duró el resto del día y toda de la noche, el bullarengue hizo su aparición y las polleras multicolores se dejaron ver en todo su esplendor y movimiento al compás de las caderas de las mulatas entusiastas que se habían unido el jolgorio improvisado.
Más allá el mágico violín de Enrique Bejarano dejaba oír sus notas alegres interpretando magistralmente “Carmen de Bolívar”, el bello porro de la autoría de Lucho Bermúdez más allá del mar en las inmediaciones de los montes de María.
Necoclí en su gran mayoría estaba habitado por mucha gente del viejo Bolívar que festejaban todas sus fiestas y ese día era nada menos que el 2 de Febrero, día de la Candelaria. La patrona de Cartagena.
Una semana después, en Cartagena Indias cuando ya habían subido la virgen a su santuario según la tradición, (la habían bajado en procesión el 2 de febrero hasta la Ermita del Píe de la Popa).
Don Máximo nos mandó a vestir para salir, a mi hermana Mary y a mí y llegamos al pie del cerro de la popa donde aún quedaban vestigios de la recién pasada fiesta patronal, los olores a orines y estiércol de caballos y de gente, se percibían nítidos y punzantes por doquier, las basuras por la ingesta desenfrenada de caña de azúcar, los papeles, bolsas etc. aún permanecían sin recoger del entorno.
El cerro de la Popa era un icono más de los muchos atractivos de la hermosa ciudad de Cartagena de Indias, la mayor altura dentro de la ciudad, famoso por sus leyendas.
Había sido cuartel de soldados, improvisado hospital en tiempos de guerra, lugar de numerosas leyenda de mitos y apariciones, como la del salto del cabrón entre otras y por haber sido el otero esencial desde donde se divisaba la ciudad, su bahía y accesos y desde donde se producían las alertas tempranas cuando escuadras de naves enemigas se acercaban a la ciudad.
Existe además una leyenda que dice que el fraile agustino fray Alonso de la Cruz Paredes en plena meditación tuvo la aparición de la Virgen. Ésta le pidió que construyera una iglesia en el cerro de la Popa para acabar con los tributos que se le ofrecían al espíritu maligno que habitaba allí. La petición fue cumplida, se consiguió la imagen según la vio el santo varón y es así como a esta advocación se le conoce desde entonces como LA VIRGEN DE LA CANDELARIA o VIRGEN DE LA POPA.
Eran más o menos las 4 de la tarde, el sol todavía estaba lo suficientemente alto y hacía bastante calor… Mi padre haciendo pantalla con la mano derecha miró hacia arriba, al santuario. Y lo oí decir pensando en voz alta…

“TE DIJE QUE VENÍA Y AQUÍ ESTOY, YO NO TE DIJE QUE IBA A SUBIR DE A PIE”
Le sacó la mano a un taxi que venia y sin convenir un precio le ordenó subirnos hasta en santuario ubicado en la cumbre del cerro.
Entramos con solemnidad, Mary no llevó chalina, por insinuación mía, y que había visto a una señora hacer lo propio, se quitó una pollerita detrás de la enorme puerta del santuario y entramos entonando “Somos los Peregrinos”.
Allí estaba, la vimos en el altar hermosa, diminuta, dorada, majestuosa…era La virgen de la Popa a quien nunca había visto de cerca. Tenía un vestido hermoso, recamado en piedras que semejaban perlas y era además muy rico en encajes y lentejuelas.
Por aquel entonces se usaba que quien sentía que había sido bendecido por sus favores, pagaba una manda costeando el ajuar y las flores que usara la virgen el día 2 de febrero.
Salimos del santuario después de oír la misa y volvimos a casa.
Nuestro padre había cumplido la promesa que había hecho a la patrona del cerro de la popa, aquella mañana de fuego, de mar, de zozobras y de angustias. ..

MAX PORTO HERRERA
Cartagena de indias, Enero 22 de 2.022.

Nota: De estos personajes.
Mi padre, Máximo Porto Jiménez a quien Necoclí rindió después un merecido y sentido homenaje póstumo dejando un mural con su legado e imagen en su plaza.

Aquiles Vázquez el gran Capitán, pieza fundamental de esta historia.
Y Luis Miguel y Alberto Porto, mis hermanos mayores,

Ninguno existe.

Todos partieron con el Señor y están navegando en el infinito. Sea esta historia para ellos mi reconocimiento de agradecimiento, admiración y respeto.

Dios los tenga en su santo reino.